La radio cumplió

La radio demostró de nuevo en la tragedia de Santiago que no tiene rival en catástrofes o accidentes graves.

Pedro Blanco, al frente el miércoles de Hora 25, en la Ser, recibió los primeros urgentes a las 21.25 horas por internet. «Pero no fui consciente de la gravedad hasta que vi las primeras fotos», explicaba el jueves.

«Fue como una pesadilla», confiesa Jaime López, una de las voces que mejor describieron el infierno en directo desde Santiago. «En ese momento tampoco era consciente. Por la subida de adrenalina tal vez. Hablas con la Policía detrás, ambulancias, gritos, humo, vagones ardiendo y los servicios de emergencia sacando cuerpos vivos o muertos».

Lo difícil, en esas situaciones, es mantener el rigor sin dejar de informar, no dejarse llevar por la emoción, que te presiona como un puñal en el pecho, pidiendo adjetivos y adverbios a borbotones.

Carlos Alsina en Onda Cero, Juan Pablo Colmenarejo en la Cope y Carlos Garrido en Radio 1 hicieron también un trabajo soberbio a pesar de la hora y de la escasez de recursos técnicos y humanos. «En momentos así se ve lo importante que es tener a gente para contar las cosas en los sitios donde pasan cosas», señalaba Angels Barceló el jueves desde Radio Galicia.

Las redes no pueden competir con el río de entrevistas con expertos, testigos, supervivientes y familiares de víctimas que la mejor radio pone al alcance de los oyentes de forma, si no instantánea, muy inmediata y, sobre todo, contrastada.

Mientras las televisiones, con excepciones contadísimas que confirman la regla, se dedicaban al fútbol, a tertulias, a películas de tiros a destajo o a concursos sacacuartos, las radios rompieron su programación habitual e hicieron lo que mejor hacen: servicio público e información útil.

¿Por qué reaccionaron tarde y mal casi todas las televisiones? Por falta de organización, de previsión, de personal o de sensibilidad.

Con las horas, la radio también compitió con los mejores periódicos para explicar y aclarar las dudas técnicas, que en accidentes como el de Santiago, eran y siguen siendo muchas.